Los propietarios, directivos,
cuerpos editoriales y conductores de los medios de comunicación, suscribieron
un acuerdo para la cobertura de la información en torno a la violencia que generan
grupos criminales.
Se pretende manejar criterios
comunes para no propagar el terror, impedir que los medios se conviertan en
instrumentos de la propaganda del crimen organizado, combatir la impunidad,
proteger la identidad de las víctimas de la violencia y de los periodistas en
situación de riesgo así como promover la legalidad y la participación ciudadana.
Si consideramos que los
criterios rectores de estos objetivos son: el respeto a la libertad de
expresión, la independencia editorial, el profesionalismo y la responsabilidad social, no deja de sorprender el cambio de criterio,
de bando y de comportamiento profesional que tuvieron que hacer apresuradamente
algunos de los signatarios del acuerdo.
Hoy en día hay comunicadores
que no presentan la realidad objetiva sino la determinan, influyendo para
imponer “su visión “ de las cosas. Además no sólo ya no informan sobre los
acontecimientos sino que se atreven a “crear” los acontecimientos.
Y aunque los medios tienen un
enorme poder para informar las mentes y formar el pensamiento. Esa fortaleza se
utiliza más para introducir a los hogares temas sobre violencia, asesinato,
drogadicción, erotismo, libertinaje, que tienen mucho que ver con las seudo-escuelas
del relativismo, materialismo,
hedonismo, escepticismo, subjetivismo,
etc., tendencias perniciosas que corroen el tejido de una sociedad civil. Mientras
faltan mensajes positivos que favorezcan al desarrollo humano.
Una de las acciones a tomar
para corregir las desviaciones que se están dando en los medios de comunicación
social, es la del discernimiento. Este es un juicio mental por cuyo medio
percibimos la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Los receptores no deben
permanecer pasivos ante los medios de comunicación sino que deben actuar
críticamente, aprovechando lo mejor de ellos y rechazando lo inadecuado.